Debo confesar que en más de una oportunidad tuve las ganas de tener algo, pero no con las mejores intenciones sino con el afán de ser mejor que… alguien. Nos cuesta y nos urge aprender a darnos cuenta que todo lo que tenemos, lo tenemos por gracia, es decir, no lo merecíamos pero del Cielo recibimos incluso más de lo que debimos.
A menudo se ven competencias a nuestro alrededor, se compite por demostrar quien tiene más poder o más posibilidades económicas, también se compite para demostrar que tenemos influencia sobre un determinado grupo, ¿qué cosas no habremos hecho con tal de ser superiores a los demás? sin darnos cuenta nos hemos metido en una ruleta rusa que no hace más que socabar el principio que como humanos nunca debemos olvidar, el ser humildes.
Hoy da pena ver competir a las religiones e iglesias quienes pugan por demostrar cual de todas es la que tiene más feligresía, se compite en música, coreografía y un sinnúmero de cosas irrelevantes como si eso fuera nuestra razón de ser.
Dentro de la iglesia competimos para demostrarle al hermano del lado que nosotros tenemos más y mejores cosas que él, ponemos en el tapete nuestros títulos y demás diplomas para que vean que nosotros sí somos gente preparada para la prédica y la enseñanza. Camuflados de humildad aparente hemos hablado más de nosotros que del Salvador.
En la campaña política se compite manchando la dignidad del contendor, en el trabajo hablando mal del compañero y “franelando” al jefe, cualquier cosa vale con tal de sobresalir y alcanzar un status que nos permita ser visto y admirado por los demás.
En ese afán hemos dejado del lado una competencia que es crucial, la más importante diría yo, y es el competir contra nuestro ego, aquel sentimiento que nos viene de momento y nos ataca de momento y que poco a poco destruye los pocos buenos valores que con tanto esfuerzo nos costaron alcanzar.
No está mal en querer tener más, lo malo está en querer tener más para competir con fulano o sutano. Eso sí desde cualquier punto de vista es irreprochable.
Hay muchos que esperan vernos ser ganadores no en lo material, más bien en vencer nuestro orgullo, nuestra autosuficiencia, nuestra falta de identidad con el hermano necesitado y nuestra poca sensibilidad para con los demás, eso sí que es una sana competencia, el día que podamos vencer eso, realmente podremos decir que somos verdaderos campeones dignos de imitar.
Todo un desafío!!!!
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