Un plato de madera para papá

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Papá ya no era el mismo de antes, aquel hombre lleno de vida poco a poco empezó a decaer. Lástima que ninguno de mis hermanos quiso asumir el reto de llevárselo a vivir porque se requería una serie de cuidados y atenciones debido a su avanzada edad.
Hablé con mi esposa sobre la posibilidad de llevarlo a vivir con nosotros, a lo cual con cierto desgano accedió.
Al principio todo iba bien, o al menos eso parecía, jugaba con mi pequeño hijo, permanecía largas horas en el jardín quien sabe meditando en qué; pero cierta vez, mi esposa le sirvió sus alimentos y las manos le temblaban, y dejó caer al piso un plato fino que era recuerdo de nuestro matrimonio, desde aquella vez las cosas empezaron a cambiar.
Lo que empezó como incidente terminó haciéndose rutina, eran más las veces que rompía los utensilios de vidrio, sin contar la difícil limpieza que se debía hacer sumado a la impotencia de ver la comida en el piso.
Todo eso nos llenó de ira contra él, empezamos a renegar y a lamentarnos por haberlo traído a vivir con nosotros, entonces, se me ocurrió comprar la madera más rústica que había para hacerle un plato y así aprendiese a comportarse como debía, es más, ambientamos un cuarto en el sótano para tenerlo encerrado y así no se pierda por las calles y nos cause mayor preocupación de la que ya teníamos con el sólo hecho de tenerlo.
Fue así que comenzamos a darle sus raciones por la rejilla que mandé a poner en la puerta de su habitación, a lo cual mi padre en silencio aceptó nuestra determinación.
Una mañana al regresar del trabajo encontré a mi hijo junto a la puerta de mi anciano padre, llamé a mi esposa y lo observamos por un tiempo, intentaba con bastante dificultad hacer un orificio en una madera rústica, entonces nos acercamos y le pregunté lo que intentaba hacer y me respondió: Papá, estoy haciendo un plato como el que le hiciste al abuelo para dárselo a ustedes dos cuando sean ancianos.
Nos miramos con mi esposa, las lágrimas de nuestros ojos empezaron a caer de verguenza y nos dimos cuenta de lo malos que habíamos sido con el anciano. Saqué mi llave y abrí la puerta, lejos de mostrarnos su ira nos miró con ternura, no pudimos contenernos, lloramos, lo abrazamos y le pedimos perdón por todo el daño que le habíamos hecho.
Mi padre sólo nos acompañó un tiempo más porque después se fue de este mundo para no volver más, pero nos quedó la satisfacción y el gran recuerdo de haberle dado todo lo que estuvo a nuestro alcance para hacerlo sentir bien. Después de todo, él dio todo lo que tuvo por mí, y lo mínimo que pude hacer es retribuir todo de mi hacia él.
Anónimo
Adaptado por Richard Ruiz